”El fuego no avisa”: Facundo, brigadista que pasa hasta 20 días combatiendo incendios en la Sierra Tarahumara

-No importa el día ni la hora, su familia lo sabe: en cualquier momento se va a combatir
-“El incendio no tiene horario, si permites que avance, nunca lo apagas”

Facundo Eduardo Chávez Ayala lleva más de seis años enfrentando cara a cara los incendios forestales, como brigadista de la Secretaría de Desarrollo Rural (SDR). Originario de Guadalupe y Calvo, este hombre de voz firme y pasos decididos comenzó en el oficio casi por casualidad: “De la nada, de repente dije: quiero trabajar ahí”, recuerda.

Pensó que sería algo temporal, pero la montaña y su gente lo atraparon, y hoy lidera una cuadrilla que combate el fuego en las entrañas de la Sierra Tarahumara.

Su amor por la naturaleza nació desde la niñez, cuando vivía en la Sierra. No estudió ninguna carrera relacionada con el medio ambiente, pero el gusto y el compromiso lo llevaron a quedarse. “Me gusta andar en el monte, cuidar los árboles, la vegetación, todo eso”, dice con orgullo. En su labor, coordina a un grupo que generalmente está conformado por seis combatientes, un jefe de cuadrilla y un jefe de brigada. Por encima, están los ingenieros responsables de logística y estrategia.

“El fuego no avisa”, dice Facundo, y la vida del brigadista no puede ser planeada, pues estar en el supermercado, en casa de un familiar o en un día en familia, puede ser interrumpido cuando llega el mensaje que los activa.

No importa si es día festivo, su familia lo sabe: en cualquier momento, se va.

Facundo es padre de una niña que está por cumplir 6 años. Todos los años, dice, le ha tocado perderse su cumpleaños, pues mayo coincide con la temporada más intensa de incendios: “Al principio sí se ponía triste ella, ahorita ya como que lo entiende”, dice con una mezcla de resignación y tristeza.
Cuando un incendio es reportado, lo primero que hace el equipo al llegar es evaluar el terreno, cuánto ha abarcado, hacia dónde va, cómo puede atacarse sin poner en riesgo a los combatientes.

Después, se equipan con mochilas especiales con 18 a 20 litros de agua, herramientas sopladoras y motosierras, y caminan hasta donde las trocas ya no pueden llegar. “No es como que tengas mangueras; son mochilas con agua, pero no es suficiente”, explica. Por eso, en muchos casos se recurre a brechas corta fuego, que consisten en despejar zonas para detener el avance de las llamas usando elementos naturales como carreteras o zonas ya quemadas. Hacerlas implica una estrategia cuidadosa y un esfuerzo físico enorme.

La jornada no tiene horario, pues en incendios grandes, Facundo ha pasado hasta 20 días seguidos en el campo, trabajando día y noche, sin dormir. “El incendio no tiene horario”, dice. “Y si uno permite que avance, nunca lo vas a apagar”.

Vuelve a la base completamente agotado, con solo un pensamiento en mente: descansar. Comparte que antes, los incendios duraban dos o tres días, ahora, han enfrentado casos que tardan hasta 15 días en sofocarse y la causa, en la mayoría de los casos, es humana. “Sí nos ha tocado ver colillas de cigarro, fogatas mal apagadas… a veces hasta gente que prende fuego por jugar”, dice.

Cuando eso sucede, el sentimiento que lo invade no es solo tristeza o coraje: es impotencia. Saber que un bosque se destruyó por un descuido lo llena de frustración. “El incendio tiene todo para avanzar: calor, oxígeno, combustible… y el viento lo esparce más”.

Ha visto serpientes y animales muertos, incluso un conejo que salió ardiendo y, al correr, iba prendiendo más terreno. También ha vivido el lado más doloroso: la muerte de compañeros. Recuerda a un hombre al que conocía como “Chivita”, quien falleció este mismo año por inhalación de humo durante un incendio. “Fue alguien que nos brindó la mano, que nos apoyaba. Y…

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